Por
el valle del Manubles
Sábado, 21 de noviembre
El día
ventoso y frío empujó a las nubes y abrió el cielo al tibio sol. Comenzamos el
recorrido por el valle del río Manubles por tierras aragonesas y dejamos para
otra ocasión el corto recorrido de éste por tierras sorianas, que es donde
nace: en las fuentes de la dehesa de Tablada, de Borobia, de las escorrentías
del Moncayo y otras fuentes que manan en ese gran espacio soriano. El nivel
freático de estas aguas subterráneas, de las que nacen ríos como el Manubles o
el Ribota, corre el peligro de quedar afectado de no pararse la explotación
de la mina de magnesitas a cielo
abierto. En todos los municipios afectados hay una oposición rotunda al
proyecto, expresándose en un sentimiento comúm: “No a la mina de Borobia”. Ya
veremos.
En el siglo XIV estas tierras limítrofes
fueron campo de batalla entre castellanos y aragoneses. Pedro I y Pedro IV el
Ceremonioso jugaron sus intereses fijando límites y fronteras en la llamada
guerra de los Pedros, por lo que no hubo castillo moro que no se arreglara o se
construyeran otros que vigilaran la extremadura aragonesa.
Torrelapaja se asienta en la llanura rodeada de altos cerros que lo defienden del frío viento del Moncayo. El lugar va unido a san Millán, pues aquí nació y vivió como eremita, antes de retirarse a la sierra de la Demanda, en La Rioja, donde siguió practicando una vida ascética hasta su muerte. No podemos dejar de ver la capilla de la Virgen de Malanca, que ha sustituido al antiguo eremitorio mozárabe, llena de yeserías barrocas y pinturas murales que narran la vida del santo. Está adosada a la iglesia, declarada Bien de Interés Cultural, y formando parte del mismo templo. Junto a ella se alza una esbelta torre de planta cuadrada, con aspilleras, y rematada por 4 garitones esquineros, que servía de vigía y fortaleza de defensa en el límite con Castilla. Al otro lado de la calle está la Casa de San Millán, del siglo XVI, que ejercía como beneficiencia y albergue de peregrinos. Hoy está en obras.
A la
altura de Berdejo, el Manubles se adentra encajado por los montes que lo rodean.
Las casas se asientan sobre una ladera rocosa, al pie de la antigua fortaleza, que
por su situación estratégica, tuvo durante el medievo un gran valor táctico
como vigía del paso hacia Castilla, cuyos restos descansan sobre un abrupto promontorio con precipicio por tres de sus lados, pues el cuarto lo guarda la torre
principal donde se encuentra la puerta de acceso en recodo, defendida por un
foso excavado en la roca. Decía Zurita que era famoso por ser bien fuerte. Aún
así, fue conquistado varias veces por los castellanos. Su iglesia conserva
restos románicos: un espléndido abside semicircular. Junto a ésta se levanta la casa consistorial,
un bello edificio del siglo XVI, de estilo aragonés, con la parte inferior
arqueada en forma de lonja, bastante deteriorado.
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Estamos
en Bijuesca. El paisaje de ribera tiene una estrecha vega encuadrada entre
escarpados rocosos. Subimos al castillo, una fortaleza sobre un espolón rocoso de
gran importancia estratégica por su condición fronteriza. Descansamos en la
ermita de Nuestra Sra. del Castillo con una torre-campanario rematada por una
cornisa de matacanes que defendía la entrada del recinto, pero que no pudimos ver su interior. Se nos ha unido Manolo Gato, el guía oficial que
amablemente nos acompaña. Ascendemos al recinto superior -el guía con buen
criterio nos espera-. En la muralla sur se eleva la torre-puerta protegida por
un matacán; esta conserva el hueco del rastrillo y ventanas góticas. A lo largo
de su historia, la fortaleza sufrió, como todas las del valle, varios
conflictos, en especial en la guerra de los dos Pedros. Mientras bajamos por
las angostas calles, Manolo Gato nos susurra con voz mimosa una prohibición
antigua, la de que por sus calles estrechas y empinadas circularan carruajes.
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En la
parte baja del pueblo está la iglesia del siglo XVII, se levantó sobre otra
románica de la que aún se conservan el ábside y un par de ventanas doveladas. Cruzamos
el río para ver la fuente de los Caños. En su parte central aparece
representado, mediante tres caños, el rostro de una joven; al lado, el
lavadero. Subimos aguas arriba hasta el pozo de los Chorros, un salto de agua
en el curso del río, aprovechado como zona de recreo y baño. Hay que comer, así
que unos deciden que este sitio es el idóneo; otros quieren el abrigo del
teleclub. Allí les esperan Manolo y sus amigos para compartir. Parece ser que no ha sido un buen criterio,
pues son muchos para compartir. Algunos aún tienen tiempo de recoger las
últimas nueces.
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Después
de los cafés salimos camino de Torrijo de la Cañada. Antes, hemos parado a ver
el puente medieval. Desde aquí sale la cañada real que nos hubiera acercado al
balcón de Quiñon, pero el tiempo manda. Torrijo tiene una magnífica iglesia de
estilo gótico, y junto a ella está la cruz del Arenal y una fuente, un conjunto
dedicado a los santos Félix y Régula, de quienes dice la tradición que fueron
martirizados aquí.
Frente
al ayuntamiento de tipo aragonés se ubica un torreón-puente de estilo gótico que
sirve de acceso para cruzar al otro lado del pueblo y que formaba parte de la
muralla y recinto fortificado. Subimos a las antiguas bodegas que cubren la
ladera, imagen de un pasado vinícola. Desde aquí tenemos una panorámica
impresionante. Los últimos rayos iluminan las ruinas del castillo encaramado
sobre el cerro desde donde domina el pueblo de calles empinadas.
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Está
oscureciendo y decidimos dar por finalizado el viaje. Casi todos pedimos un
chocolate con churros. Pero cosas del despiste y el cansancio, me pregunto: ¿quién
se comió mis churros?
Fotos de
Teresa, Fina y Nines
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