El chopo cabecero de
Aguilar del Alfambra
y las icnitas de Abajuj
Aguilar del Alfambra
y las icnitas de Abajuj
Sábado, 9 de noviembre
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Estacionamos los
coches junto a la fuente-abrevadero -sin connotación alguna- de Aguilar del Alfambra. Recostada en la ladera y cara al mediodía, resguardada del
cierzo, la iglesia parroquial de san Pedro domina visualmente el pueblo (1.302
m). Mochilas y bien abrigados, el camino nos acerca hasta el puente que cruza el
río Alfambra. Nosotros seguimos a través de un bosque de ribera compuesto
principalmente de centenarios chopos cabeceros, que nos invitan a un agradable
paseo hasta el viejo molino arruinado y el paraje del Estrecho, donde las aguas
del Alfambra abren una brecha para discurrir encajonado entre altas paredes
calizas que dibujan una impresionante hoz. En lo alto del cerro, la ermita de
la Virgen de la Peña, mirador excepcional.
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Los chopos
cabeceros (Populus nigra) que siguen el curso del río y barrancos, constituyen
una de las arboledas más singulares de Aragón y son el eje del Parque Cultural del Chopo Cabecero del Alto Alfambra. Declarado en 2018, protege
de este modo el patrimonio natural y cultural que supone este peculiar ecosistema, tan original como desconocido, que se ha construido a lo largo de
los siglos por la acción combinada del hombre y la naturaleza.
El viejo chopo cabecero del Remolinar representó a España por primera vez en el concurso Árbol Europeo del Año 2015, siendo elegido en tercer lugar, por detrás del candidato de Estonia, que quedó el primero, y el de Hungría, en segundo lugar.
Trasmochados
mediante la poda o escamonda de sus ramas cada 10 o 15 años, por encima de una
altura suficiente para que los nuevos brotes queden fuera del alcance del
ganado, con el objetivo de conseguir vigas y leña. Esta poda los convierte
en árboles longevos y monumentales, con una morfología peculiar: tronco bajo,
muy grueso y de corteza rugosa, y una protuberancia callosa en su coronación
que le da el aspecto de ‘cabecero’ y de la que parte un haz de largas y rectas
ramas.
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La
ermita se construyó con materiales del castillo, empleando como sacristía la
torre que defendía la entrada a la fortificación. Desde el mirador se
aprecia el gran corte transversal de la montaña por la acción de la corriente
del río que forma un espectacular cañón. El viento frío no nos da tregua. No
hay lugar recogido para disfrutar de una comida en el campo. Regresamos al
pueblo. Al lado del camino, un indicador nos señala lo que fue una antigua cantera de
donde se sacaban piedras para amolar. En el multiservicio nos dan mesa y
bebida.
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Estamos cerca del yacimiento de icnitas de Ababuj, declarado Bien de Interés Cultural. Hay
unos paneles instalados con explicaciones de los restos encontrados. Una
pasarela en paralelo al afloramiento vertical facilita la observación de las huellas de dinosaurio que aparecen con gran claridad, casi al alcance
de la mano, tienen forma
ovalada atribuibles a saurópodos. Desde el mirador un profundo
mar azul envuelve el horizonte.
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Fabbatux, Ababuix, Fabaux, y desde 1722, Ababuj. Conocido como el pueblo de las dos torres, la llamada Torre Vieja -una torre almenada del siglo XIV, que dominaba todo el valle alto del Alfambra-, y la Nueva, en alusión al campanario de la iglesia de Santa Ana. Desde la zona alta, nos acercamos al mismo borde del barranco del río Seco. Entre altas paredes, un hilo de agua fluye sinuoso hacia el Alfambra. La noche va cerrándose, las oscuras nubes aguardan su momento, un viento helado las retiene. En Argente, el café. La noche, fría.
Fotos de Chamela, Asun, Nines y Josemari
Mirando el mar soñé… ¡qué frío!