Desde el castillo de la Mora
en busca de Perséfone
Sábado, 19 de marzo
“La
primavera”, de William-Adolphe Bouguereau (1886).
Joslyn Art Museum
Hacer una
excursión la víspera del equinoccio de primavera en un día lluvioso tiene su aquel.
Es la fecha del renacer de la vida y de la eclosión de la naturaleza, el
momento para que la doncella Perséfone, diosa de la vegetación, vuelva de su
rapto en el inframundo para reunirse con su madre, Deméter, diosa de la
agricultura.
No es
agradable andar por caminos y sendas embarradas, por lo que decidimos acercarnos a las Cinco
Villas sin un plan determinado, sino buscar el cobijo del paraguas
y guarecernos de la pertinaz lluvia al resguardo de las calles, digo de los aleros, de los pueblos. A causa del barrizal, después de acercarnos al
enigmático lugar de las torres del Bayo, dejamos la visita para mejor momento.
Recordamos que el último acontecimiento allí ocurrido fue la celebración de la
boda de La novia.
Nos vamos a
Sábada. Lo primero, el café. Un paseo por el casco histórico nos permite
admirar las sobrias casonas de los siglos XV y XVI, rematadas por aleros, que M. tiene cuidado de alejarse de su verticalidad por las goteras:
como te cojan bien, chipiadico te quedas. Destaca la iglesia de Santa María
(siglo XIV), uno de los más bellos exponentes del gótico en Aragón, con su
elegante torre. En el interior ha dado comienzo una misa baturra. Al otro lado
del Riguel, sobre un montículo rocoso, se alza el castillo del siglo
XIII.
Seguimos hasta
Layana. Desde lejos destaca la imponente torre de 20 m de altura. Edificada en
el siglo XIII, ha sido recuperada de su ruina y tras los trabajos de
restauración, la fundación Uncastillo, ha creado un centro de interpretación de
la vida rural en la época romana bajo el título De agri cultura (Sobre la Agricultura), dada la cercanía del
yacimiento arqueológico romano de Los Bañales. Lo curioso es que está
domotizada, introduces el precio indicado y en ese momento una serie de
secuencias van guiando al visitante de manera automatizada. Sigue lloviendo a
conciencia.
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Comemos en
Uncastillo. Siempre es gratificante observar el rico patrimonio de esta monumental
villa. Bajo el paraguas, contemplamos la esplendida portada meridional de la
iglesia de Santa María, una de las más bellas del románico. Paseando por sus
calles se aprecia el atractivo conjunto medieval prácticamente inalterable, conformado
por su interesante arquitectura popular, sus casonas de portadas adoveladas,
balcones de forja, los aleros de madera. El ayuntamiento, una construcción renacentista
del siglo XVI, que decora su fachada con las virtudes teologales y cardinales;
la virtud de la justicia preside la portada principal.
Pasamos el río
Cadena para visitar la sencilla iglesia de san Félix o san Felices, En el
tímpano de la portada sur se representa el martirio del santo arrastrado por
dos caballos. A unos pocos metros de esta, encima de una elevación rocosa, se
asienta la sencilla iglesia de san Juan, construida a finales del XII sobre una necrópolis medieval. En 1931
fue declarada monumento nacional. Desde aquí disfrutamos de una magnifica
panorámica.
Regresamos. En el
coche, P. nos disertó, recordando a un amigo, sobre los matices verdes que
cubrían la toscana cincovillesca. ¡Qué hermoso es el 'césped' de los urbanitas!
En Ejea cerramos la jornada. El café de despedida fue largo, sosegado, barullero
y chillón, porque hay temas que alteran la bilirrubina. La llegada a casa nos
recibía con una aparatosa tormenta cargada de rayos y centellas... Pero el
domingo salió el sol. Feliz primavera. Ah, y si buscas pareja, por lo de la
primavera..., no busques la perfección, solo son necesarias tres o cuatro cosas;
lo demás, es prescindible, ipse dixit.
Fotos de
Hortensia y Nines.
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